Uno de los principales problemas que se atribuyen a las energías renovables es que tienen supuestamente un precio superior al de las energías fósiles. Por eso, sus detractores afirman que la generalización de su consumo traería como consecuencia un incremento sustancial de la factura que pagamos los consumidores, un argumento con dos puntos débiles, que quiero abordar brevemente a continuación.
El primero es que si bien es cierto que actualmente el precio pagado por una unidad de energía renovable es mayor que el que se paga por una unidad idéntica de energía fósil, resulta fácil de comprender que esta situación es transitoria y debida a que las tecnologías renovables están, en su gran mayoría, aún en ciernes. Con el paso de los años, la tecnología evolucionará y los costes se abaratarán, de igual manera que ocurrió, por ejemplo, con los ordenadores hace veinte años, o con los teléfonos móviles hace diez. La curva de la experiencia, unida a las economías de escala, puede llegar a reducir los costes de producción en un orden de magnitud. Todo ello sin olvidar que las fuentes de energía renovable, al contrario de lo que ocurre con el petróleo, son gratuitas e inagotables mientras siga existiendo el planeta.